martes, 19 de enero de 2010

BANDERA DE LUCHA

Yo, profesor de Lenguaje y Comunicación, educado bajo el estricto régimen universitario, que en sacrificadas noches de desvelo, días enteros sin probar bocado y cinco años de penurias, juro y prometo ante estos programas sagrados que el Ministerio ha dispuesto para mi bien y el desarrollo de mis alumnos, comportarme bajo las reglas del sistema que se me imponga, haciendo frente por un par de meses, que es lo que se demorara aquel en consumir la ideología utópica que se me inculco en el aula, a todo mal y sufrimiento.
Tal vez esto y sin más, es lo que se pretende que nosotros como docentes, aceptemos y sin alegato vivamos como un vía crucis mientras enseñamos. Pero ,¿cómo hacer posible este sueño del gobierno, si ni siquiera existe el respeto a nuestra profesión?, es como preguntar si fue primero la gallina o el huevo. El sistema que se impone es totalmente cíclico, se retroalimenta de sí mismo y nosotros, que somos el real ejemplo en la teoría y la praxis, de lo que debe hacerse en las aulas, “quedamos pagando”, esperando la posibilidad remota de una faena que quizás sea al otro extremo del país, pero que en definitiva nos permitirá solventar los gastos de nuestras deudas estatales, a diferencia de esos “hijitos de papá”, que cual bulto pecaminoso son la responsabilidad eterna de sus progenitores, colegios pagados, universidades privadas, “pitutos”, etc., al final, qué queda para los que con compromiso casi de mártir soportamos de todo para poder ayudar al país, pero que en traición eficaz, se nos apuñala a cada instante, dejándonos aislados del sistema educacional mismo, de donde somos, de nuestras cunas y del pan de cada día o el de ayer por último.
Mis palabras pueden parecer atroces, pero el sentimiento de frustración en mi alma no tiene fondo y lo peor de todo es que sigo siendo un estudiante que aún no saborea la experiencia en el aula, lo cual hunde más mis expectativas, todo es nebuloso y esa niebla que en su extenuidad consume la dicha de la vocación, no se disipa, al contrario, cada día, a pesar de las protestas, manifestaciones, sangre, sudor, etc. nos demuestra con cifras concretas el abuso contra la profesión.
Somos maestros, nos preparamos psicológica, cognoscitiva y emocionalmente para serlo, no pretendemos jugar ni menos juzgar, al contrario, nuestro norte, nuestro afán, nuestro destino es aportar, crear, guiar, mejorar las nuevas camadas, pero nuestras manos son amarradas y los cachorros son amamantados por nodrizas de otras especies. Cómo puede un periodista divulgar nuestra lengua en el aula, con qué autoridad, con qué derecho, con qué poder, pero maravillosamente es respetado sin propiedad, en demasía si es comparado con un docente, quien tristemente y aunque con el corazón adolorido lo señalo, es tratado como nadie, como uno de los subordinados con menor rango, como el último eslabón en la cadena alimenticia y aunque la comparación es mordaz, no se aleja de la realidad misma, pues nuestros puestos son devorados a diario por sujetos que en un par de meses alcanzan, sin sacrificio la categoría de docente, con cursillos, como una broma, pero una pésima que risa no causa.
En fin, la bandera de lucha es clara, estamos solos ante una nación entera, somos nosotros quienes podemos detener este holocausto, que el Estado se autodestruya desde dentro; será difícil, será terrible, habrá sangre y muchas bajas, pero si queremos hacer ver al mundo que en este país, en mi país, en mi Chile se cometen genocidios en contra del señor profesor a diario, debemos mantener la cabeza en alto y la disposición tan firme como el orgullo, no en vano hemos sacrificado horas, días, meses y años enteros para poder contribuir y hacer de todos mejores seres, mejores humanos.

El hombre que observaba

Eran días difíciles, mi vida tomaba rumbos vagos, me encontraba sentado, a la orilla de un riachuelo que pretendía ser mar, pero en su afán inútil solo se disfrazaba de gotas sensibles de un líquido oscuro y putrefacto, mi amigo, mi pequeño amigo pescador, gozaba los minutos, los segundos, en fin, cada pequeño instante de su supuesto deporte (que para mí es el disfraz de un crimen a la pachamama), yo lo miraba paciente, alejado del lugar, independiente era mi anatomía que yacía tendida de pie sobre aquel campo - ¿qué pasa contigo? – Me insulto que preguntase algo que no era de su incumbencia – nada – fue mi seca respuesta y volví a mi trance y él a su excusa, de pronto, mi mundo en rededor mutó, mi piel se volvió tersa y virgen, mis harapos se transmutaron a un vestido negro, cabellos brunos emergieron de mi cabeza – ¡por que! – exclame furiosamente en mi soledad, la escena era poderosa, corrompía mi aliento, un líquido tibio comenzó a verter desde mis ojos, y mi pecho parió yagas que me quemaban (mi mente de hombre hizo aclarar todo) fui abandonada, engañada, pero el infame calló tras mi puñal, al instante aparecieron tumbas, millones de ellas y un lúgubre templo se reconstruía ante mi – ¡reacciona!, ¡reacciona! – Mi cuerpo fue azotado por varias bofetadas, era mi querido amigo, era mi despreciado cuerpo que reposaba engreído en el verdor del campo desde donde emprendí mi leve viaje – te haz desmayado – el tono de voz de mi acompañante fue tan plano que no logre descubrir si sus palabras fueron una afirmación, una pregunta o una exclamación, solo comprendí que algo pasó conmigo. Al recuperar mis energías retome mis labores, sin antes observar el paisaje en el que nos inmiscuíamos; existía un sol tórrido, esplendente, que fulminaba la vista de quien mirase fijamente a sus ojos, blanqueaba un cielo enorme que cubría todo cuanto se podía ver, aunque ese supuesto arroyo arruinaba todo con su tono quebrado, lodoso, asquiento, en él el contraste era penoso, un edén en las alturas y un infame lodazal a nuestros pies, todo era normal a mi vista, aunque el episodio de mi viaje cerebral giraba en mi mente cual mosquito insaciable de plasma y de mal.
Cansado, abatido y hambriento sugerí quejumbroso a mi acompañante que preparásemos el campamento, pues la noche se acercaba y podía abrazarnos con su manto frívolo – tienes buen juicio – fue la contestación que recibí.
Prestos a comer y dispuestos de ánimos para tal labor estábamos cuando la lluvia nos acogió en su placar – que desdicha, la fogata no será bien aventurada ante tal infortunio – propugno mi camarada, pero yo sabía que es buen aliciente para lavar las culpas y los pecados del hombre – busquemos refugio – dije y corrimos a una pequeña cabaña que sabíamos estaba cercana; ya bajo techo encendimos una hoguera, cocinamos, comimos, fumamos y bebimos; charlábamos sobre aquellos días en los que el mar era nuestro tercer cómplice y nos proveía de alimento y trabajo – que felices éramos en tales días joviales, ni la lluvia, ni las tormentas nos eran terribles ¿verdad?, – Me dijo aquel – pero por que te remites al pasado de forma tan triste, yo por lo menos sigo feliz, en una forma un poco más grave, pero feliz al fin y al cabo – le respondí – es que todo es más dificultoso de noche, a mi me pesa, siento que en las penumbras se te nublan demasiado los ojos, no puedes distinguir entre lo bello y lo grotesco, lo humano parece de muy mal gusto, la desdicha de la mortalidad se vuelve mayor, enorme ante la simpleza de vivir, pues sabemos que en algún momento llegará la hora, es penoso, duele, punza – se tocaba el pecho – yo no sé, tal vez mi pensar es demasiado extrapolado o vicioso, incluso psicópata, pero que puedo hacer, es la noche la que me pone así – tenía toda la razón, pues cuando pescábamos horas atrás, su rostro, ante la calidez del sol dejaba entrever una pequeña sonrisa que ahora, frente a esa diminuta lumbre ya no existía. No respondí a sus palabras, la única solución era dejar pasar la noche para que con ella su tristeza se disipara y así fue, a la mañana siguiente cada cual tomó rumbo a su vida, aunque en mi interior se albergaba una gota de amargura, bien por aquella visión en la que me convertí en mujer o por la desdicha noctámbula de mi amigo, no es algo que me preocupe a menudo.
Un día, ya lejano, conducía por las calles, retraído en los paisajes que la humanidad había urbanizado, recopilando cada detalle para mi alma. En una esquina me detuve, me estacione sin tener conciencia clara de mi decisión, solo actué, baje de mi vehículo, lo clausure tomando las medidas del caso y camine directamente hacia un árbol que emergía del concreto, aunque lo más curioso fue lo que me esperaba, lo que mis ojos percibían, en una rama se arrastraba un pequeño ser, con esfuerzo pujaba ante la magnitud del contorneado macizo natural, era una oruga, de cien colores era, desplazaba su velluda corporeidad intentando alcanzar la zona más alta, por tanto la más cálida – que es lo que miras – resonó una pequeña vocecilla en mis tímpanos, miré a todo lugar y advertí mi extraña soledad, tomando en cuenta que me encontraba en una calle concurrida – responde, ¡que miras! – otra vez la voz, me desespere un poco, pero cuando descubrí de donde provenía me alerte más, era esa oruga insolente criatura de Dios la que regañabame por inmiscuirme en las cosas ajenas – nada, solo observaba tu andar – repliqué – está bien, disfruta la visión, por que jamás me volverás a ver, pues voy en camino a la muerte y a la resurrección – me pareció un pensamiento natural, ya que las orugas tras su viaje se convierten en hermosos insectos voladores para surcar el mundo y alegrarnos con sus trajes multicolores – debo confesarte – le dije – que es la primera vez que charlo con una oruga, aunque me parece una experiencia total y absolutamente enriquecedora – tienes razón – me respondió – también es la primera vez que hablo con un ser como tú, pero debo de agradecer tu sapiencia o tu buen oído, pues no toda cosa de tu especie es apta para oírnos, pero es gracioso – sonrío – mientras yo camino hacia una vida nueva tú pierdes un momento precioso de la tuya (vida) para solo… mirarme – me dijo – estas equivocada – le conteste – mi trabajo consiste en observar todo lo que al mundo le pasa – se detuvo - ¿y cuál es tu labor? – me preguntó – yo, bueno, yo soy un observador, aprovecho las situaciones, la gente, los seres como tú, todo para poder observar y apreciar cada instante en el que el mundo gira - ¿y para qué? – me pregunto intrigada – solo para disfrutar - le dije - que interesante, pero debo continuar, mi vida es corta y debo regocijarme, como tu dices – al terminar de decir esto, la oruga siguió arrastrándose hacia lo más alto del árbol y yo aún seguía en mi vehículo conduciendo, mis dedos jamás soltaron el volante, ni mi cuerpo se despego del asiento; que extraña es la sensación de vivir cosas que jamás pasan ni pasarán, es como un “deja vú” truncado. Cuando pensé que nada podía ser más extraño siento que mis párpados se mueven de forma alterna, primero uno a la izquierda, luego el otro a la derecha, llevo mi mano a mi boca y no la siento, no está, se ha ido, hay solo un agujero, peor aún mi mano tiene solo tres dedos, tal vez no necesito los otros o bien esto es otra jugarreta de mi mente, oigo una voz compleja, pero sorprendentemente comprendo lo que me dice, es algún tipo de lenguaje antiguo o puede ser nuevo o secreto, la sensación de gravedad no está, al despejarse un poco la nubosidad de mis ojos trato de ver por la ventana y solo veo oscuridad… hay algo más…estrellas…de pronto… un planeta azul, es la tierra, - ¿Qué está pasando? – pregunto, pero mi voz es rara y mi dialecto también - ¿fue provechoso el viaje? – me examina un ser alto, delgado, de silueta manifiestamente desconocida, es igual a mí, es mi amigo el pescador, No! es la mujer que sufre… ¿la oruga?, o es la lluvia o el sol, o la noche, todo me da vueltas, mi cabeza, tengo sueño, siento el volante en mis dedos, en los tres, pero al mirar por la ventana veo estrellas y planetas que se alejan, tengo sueño, no puedo observar nada concreto… ya no lo disfruto.
FIN

21



21 besos
21 caricias
21 sollozos
21 destinos,
21 mil noches sofocantes,
21 años desaparecido,
21 sin números,
21 eres lo mejor
21 almas que me arrancan los deseos,
21... 21...
21 sentencias
21 minutos para rezar,
21 palabras que no sé expresar
21 segundos,
21 tiradores,
21 llamas,
21 balas
21 milésimas,
21 despedidas
1 solo adiós.