Los sonidos brotaban aquella tarde, el golpeteo de las gotas de agua azotándose contra el duro pavimento no era mayor problema para que la vida bajo el mundo brillara a la mínima presencia lumínica.
En esa gran colonia repleta de millones y millones y muchos millones más de habitantes, vivía una pequeñita familia, una de esas chiquititas, chiquititas como de azúcar o de anís. Era solo el padre y la madre, solo el hombre y la mujer, solo el varón y su dama.
Dos caracolitos que entre miles y miles de vecinos disfrutaban sus días pasiva y en ocasiones frenéticamente, que comían ricas cosillas preparadas con la habilidad de la mamá y que el padre recolectaba lo mejor que en su torpeza podía.
Un día, de esos que llegan sin avisar, una gotita de agua que brillaba cual estrella fugaz, cayó por los ductos de la colonia y tocó el capazarón de la caracolita. Lo tocó y su suavemente recorrió las hermosas formas de la crustáceo haciendo que esta riera descontroladamente.
El padre caracol, que en ese momento regresaba de sus labores, cansado pero feliz, miró a su mujer reír alborotadamente y con sorpresa le dijo - amada caracolita, ¿qué pasa contigo?, ¿por qué ríes de esa forma? - la caracolita sin saber que responder solo se limitaba a intentar calmar su voluptuosa y generosa risa. Momentos después, ya cuando la caracolita pudo calmar su repentino ataque risueño le dijo a su esposo - caracol, esposo mío, he sido tocada por la magia de la vida, esa magia que del cielo cae y con la suavidad y pureza del infinito nos ha regalado una pequeña semillita, una semillita linda y diminuta, una que debemos cuidar para que crezca fuerte y se vuelva lo mejor de nosotros, - el caracol algo extrañado la miraba sin pronunciar palabra y la caracolita, entendiendo que su esposo no había comprendido nada de lo que le había contado, al fin le dijo - estamos esperando un pequeño retoño, nuestro y solo nuestro - el caracol, vibrante de alegría intentó saltar, pero al ver la imposibilidad que le provocaba su caparazón se limitó a abrazar bien fuerte y a besar con todas sus ansias a su caracolita.
Y así, en la inmensidad de la colonia, las nuevas aventuras de esta familia de caracoles por fin comenzarán, ya no solo dos, ahora acompañados por el as de sus almas.
Breve y simple historia para mi mujer y nuestro hijo. Te amo Marité, te amo Matías Ian Ignacio. Son la razón de mi ser.
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