Te reconozco, en la frialdad del llano cemento,
en aquella virtud paciente y sincera,
en las palabras con aroma,
de piel, de distancia y de frambuesa.
La perfecta mezcla de un sinfín de sensaciones,
de vidas paralelas y lejanas,
de aquellos suspiros volátiles
en los sueños y las pasiones,
de la honesta probidad de amarte,
de exhalar en recorrido el aliento vivo de tu voz,
del despertar perpetuo en tu rostro,
en tu mirada perdida,
en tu cabello húmedo,
necio e imperecedero,
sintiendo exiguo la necesidad innata,
de sentirte, de quererte y tenerte.
Te reconozco en mi lamento,
en la vida envuelta en el abismal recuerdo sin imagen,
en los deseos, en los días de espera
y en aquella sensación perpetua,
de ser niño, de ser sensato, de ser a ti,
de pertenecerte hasta el infinito,
tener grabada en la tez la reminiscencia hermosa,
de tus ansias y las mías,
de nuestras manos y nuestros planes,
y de la simpleza limpia que significa amar.
La mezcla perfecta de nuestras formas, intereses y sonrisas, determinan ese amor tan bello y profundo que me haces sentir. María Teresa Valdés Silva te amo como nadie lo haría o lo hará.
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