La decadencia se hace presente.
Ardiente, constante, hambrienta,
sonante y consonante.
Y ese manto frío y melancólico,
desdichado de vergüenza,
que en las débiles noches de invierno,
retoma en peces frívolos
el ajenjo eterno de una ruina lejana y compuesta.
Gimen caricias, besos, gestos,
y una mezcla deshecha de verdades certeras.
Dioses, demonios y hallazgos,
un cúmulo de desamparo
y una botella de sed.
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