Respira profundo, brota el viento,
retoma tus ávidos sentidos de inoportunidad
y deja tu cielo caer por sus pies,
retoca con pálidos pinceles
los días moribundos de tu vida,
hazlos lienzo fresco
y quémalos, retuércelos, déjalos ir.
Ese mísero tiempo de mirra,
succiona tus vértebras,
cobija tus huesos tiernos
y quebranta tu emoción.
Deja de respirar, siente el palpitar cegado
sordo e incompuesto,
siente que no hay celos ni miedos,
que no existe la ira
o el tiempo de agonizar,
la vida hecha trizas y la ceniza
hecha sueño,
cae en el principal abismo,
tropieza mil veces con el anzuelo,
corta tus dientes uno a dos
y rompe tu piel insegura.
Abre los ojos,
ya no hay palpitar,
la cándida idea de sentir, ya no está,
ha vivido, crecido, escondido,
asustado, torturado, agonizado,
desterrado
y ha caído en ti,
simplemente para morir.
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