Así fue como el ojo celestino de la guitarra del vecino cerró sus entrañas para dar pie a aquella escoba mágica, que sin mayores esfuerzos fumaba pipa en su balcón. Todos los demás utensilios se confabulaban, "tomémonos el poder de la cocica camaradas", "lancemos al cielo a ese costal de acerrín", "quemémosle sus pies", etc., cada uno germinaba ideas crueles y siniestras, que aunque simples vértices de la sima de sus designios eran poco menos que la mitad de tantas maquiabélicas soluciones. La escoba seguía fumando su pipa. Alborotados y sumamente desorganizados, los demás implementos intentaban urdir un plan macabro y efectivo, con el fin común de derrocar el gobierno de la barrendera mágica la que sin tomar ni prestar mayor atención a tal muestra de desapruebo generalizado, tan solo continuaba en el consumo de su tabaco, ahora de pie mirando hacia un espantoso atardecer.
Cada cual con su idea fija, cada cual con su consigna, cada cual con su pancarta o banderín. Todos querían lo mismo, derrocar a la enfímera escoba mágica, pero en cierta medida nadie sabía realmente lo que pasaría cuando lograran derrotarla. Entonces, con ese afán tan pulcro que solo las grandes masas poseen, llegaron ante su tirana gobernante, - ¡te queremos fuera! - gritaban, - ¡te queremos lejos de aquí, ya estamos cansados de tus abusos! - y la escoba tan solo se remitía a fumar su pipa de una manera tan tranquila y elocuentemente simplista, que irritaba. Ella, al ver tan enardecida y alborotada multitud, simplemente tomo sus pertencencias (su pipa y su tabaco) y se fue volando.
Los elementos hogareños, que no podían creer lo fácil que les había resultado todo ese movimiento, ni siquiera comenzaban a sonreir en forma de festejo, cuando un ejército de tiranos mágicos (escobas), llegó a los confines del hogar, secuestrando a cuanto utensilio se había atrevido a negarle el poder a su antigua dictadora. El séquito de seres voladores hundió a cada uno de los implementos en un líquido de un edor tremendo y les prendieron fuego, culminando así, con esa pequeña anécdota de anarquías y sin respetos, mientras la escoba miraba desde lejos un atardecer grotesco fumando su pipa.
Historia de la que se apropia por voluntad mía, mi futura esposa María Teresa Valdés Silva. Te amo cosita.
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