Bajó del taxi, entró solícito a
su hogar o el que por lo menos más se le parecía. La llave calzó precisa,
presta, pues en tanto la situación temporal lo permitía con un sudor frío en su espalda que revelaba su estado,
metió lo que pudo en la maleta, artículos de aseo personal, algo de ropa
interior, un cuaderno, el dinero habido en la estantería. Nadie vio nada,
estaba irremediablemente solitario, demasiado al parecer, pues su desesperación
se dejaba entrever en el sudor que ahora abordaba todos sus poros. Cerró la
maleta más no la puerta, que importaba, ya más nunca acometería aquella
construcción. El taxi esperaba a la entrada, el chofer envuelto en telas
mantenía su inconsciencia y su abducción mental no le permitía más que resolver
un crucigrama. A toda marcha fue llevado a la estación. El sujeto tomó sin
dudar el primer tren, donde fuese que lo llevase, no tenía otra idea más que
romperse el rostro, eliminar todo signo de su persona, alimentarse de la
basura, dormir en el pasto, en los puentes, donde fuese solo para pasar
desapercibido. Incluso ser invisible hasta para su conciencia. Los ideales de
humanidad habían sido rotos, los valores olvidados, la moralidad sobrepasada,
solo pretendía desaparecer hasta para si mismo, más nunca morir, pues la vida
misma sería el castigo para aquel crimen, uno que siempre recordaría y que
nunca lo dejaría dormir en paz.
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