Cogí la flor aquella entre mis ensangrentados dedos, era el último vestigio del Hades. Era roja, voluptuosa y olía a esperanza.
¿Cuál es el aroma de la esperanza?, creo que ese mismo que arranca de tu piel, de tu piel cuando duermes. Un aroma pacífico, cariñoso, que recorre todo mi ser, lo baña y lo sumerge en el amplio espectro de las sensaciones.
Debí subir y seguir luchando, amplias y demoníacas figuras me arrastraban de nuevo hacia el abismo, pero con la espada rota, las adargas consumidas y el escudo fragmentado, tan solo el recuerdo de aquel aroma, de aquel elemental y ansiado aroma me mantuvo en pie. Días, días eternos y sin descanso. Las puertas estaban lejanas, a veces ya casi no lograba divisar ni las majestuosas columnas que las acompañaban a sus costados,
¡El aroma de la esperanza recuerda!, cada instante volvían a mi mente aquellas palabras y una imagen las acompañaba, empujando mis fuerzas y permitiéndome ganar terreno.
Metro a metro, destrozando enemigos, con la piel ya rasgada por completo, tan solo corría con el afán único de sentir aquel elixir traspasar mis sentidos una última vez, aunque tuviese que volver a este inmundo sitio una vez más y por la eternidad.
Debía llevar aquella hermosa flor a tus manos, en un sueño me lo pediste y hacía debía ser.
Cuando por fin observe el resplandecer del sol, mis ánimos ya estaban acabados, me arrastraba la inercia, era solo ese deseo, ese simple deseo de sueños el me llevo a conseguirlo y cuando vi tu sonrisa, cuando pose en tus suaves manos el último pétalo de la deshojada rosa, pude respirar en tu seno la última bocanada de aire, con la eterna salvedad de aquel suspiro llevaba consigo tu aroma, aquel aroma a esperanza.
María Teresa Valdés Silva. Cada texto nace de ti y de todo lo que provocas en mi interior y siempre será necesario que lo sepas, día a día, por todas nuestras vidas. Te amo.
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