Sulfuro,
veneno y una dosis de arsénico,
me alimento
con balas,
duermo en el
asfalto hirviente, camino descalzo
y atraganto
mis sueños con vacío,
sumerjo en la
esquina posible del tiempo
las vagas
ideas que aún van sobrando.
Nada es vital,
nada es trascendente, nada es imprescindible,
hasta la
necesidad de un reclamo esta inerte.
Los caminos se
cruzan y rompen,
las instancias
precisas dejan de morir
y dan paso
sonrientes a un sinfín de imposibilidades.
Te he dañado,
te he roto el alma y más
y en la
egoísta necesidad obligada de ti no he visto la falta,
no he
percibido la congoja creciente y llameante,
he sido presa
sin resistencia alguna
de las
bondades del egoísmo,
he dañado el espíritu
que en mí daba vida,
he maltratado
con mi humanidad
la perfecta
aura que recorre tu silueta,
he sido vano,
inútil y pedante.
Pero mi
castigo es extenso, mi castigo es inmenso,
mi castigo
merecido es lo profundo de Coccitos
donde el calor
desprolijo ha sido vencido
y las hondas
bocanadas de frío,
sintetizan mis
entrañas y ya hacen daño,
mi castigo es
indigno fatal,
pero mi
pecado, mi pecado no ha de tener más y peor nombre
que el del
sujeto mismo que se atrevió a darle vida,
para dañar y destruir.
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