viernes, 30 de septiembre de 2011

“Historias de fantasmas y de flores”


Es creciente su deseo, seguro y profundo, tanto que su propio cuerpo pierde simples momentos de control, se torna una masa incorpórea que solo espera el escape, el momento preciso de abrazar el aire que rodea sus sueños.
Era un fantasma, no una difuminada forma, sino algo que no podría describir.
Gritaba, gemía, sufría. Una soledad loca atormentaba su eternidad, amarrando esa existencia invisible e inexistente a una tragedia o dos sin par.
Había ya vivido su tiempo. Desterrado, exiliado, alejado y maldito, tan solo era su aliento el que le permitía incorporar cierta capacidad de presencia en este mundo nuestro.
Vagante un día, uno más, espejismos crueles de una condena sin juicio, paseaba esta ilusión viva por los contornos de un universo, una de esas tantas dimensiones que albergan las horas, que sin dar cuenta alguna logró llegar a rastras a un pequeño oasis, de los que jamás podrás encontrar en los mapas, no por que no existan, simplemente por que no se dejan ver y para encontrar un lugar perdido hay tan solo que dejarse ir. Aquel día, lastimero como los demás, la forma volátil percibió un aroma, mejor que cualquiera, intenso, dulce, profundo, tan perfecto que se perdió en su sueño y no quería jamás irse de allí, lo disfruto, lo gozo, saboreo profundas bocanadas por momentos gigantes sin pensar en nada que no fuese aquel jugoso instante, hasta que de pronto dejo de sentir, de oler, de gustar, de ser feliz. ¿Qué podía hacer ahora?, no quería vivir sin saber qué o quién era la fuente de tan adictivo elixir, pues fue entonces que el fantasma sin forma, prefirió más que vagar y ser infeliz, buscar la vertiente que le entregó tanto bienestar.
Errante, equívoco, incierto, sin conocer el rumbo de sus movimientos, que su pasmada ilusión lo llevó a consumir una vida entera intentando encontrar el origen de aquella fragancia y estando ya en sus últimos alientos, a punto de quebrarse y volver a su antiguo yo, que sin aviso previo logró distinguir una pequeña luz, pequeña pero poderosa, la que vertía en el espacio un espectro de colores tan o más maravillosos que el de cualquier nebulosa o más tal vez que millones de arcoíris. La siguió profusamente, sin pensar si quiera donde estaba parado, la siguió hasta que sus esfuerzos y ese exquisito aroma lo condujeron a una flor, una pequeña pero hermosa flor, de esas que ya no existen más que en los sueños de los niños.
Aquel elogio, único en su tipo si no en más la última de todas, al ver tan horripilante criatura acercarse a sus tierras no pretendió huida ni nada, simplemente lo recibió con una sonrisa, tan fulminante que el fantasma, ensimismado en un desespero inaudito, tomó forma, tomó vida, tomó ilusión y se convirtió en un hombre, que pasivo, tranquilo y feliz se cobijo en los pétalos brillantes de aquella hermosa visión.
El sujeto tras dormir varios siglos abrazado al deleitar que le generaba aquella preciosa criatura despertó, pero al abrir los ojos ya no era la flor la que lo cubría, si no el cabello perfecto de una bella princesa. Levanta tu andar y abraza mi cuerpo, pues en nosotros el cabizbajo mundo ya no es merecido sino más bien una vida que empieza y que juntos hemos de construir – le dijo, y el hombre, ya no fantasma, ya no espectro, ya no soledad, tomó en sus brazos a la bella princesa y se fueron juntos en el lecho de una nube, a vivir sus días y a hacer crecer su amor. 

 


Eres más que una bella flor, eres el equivalente a un jardín del que emana solo una idea compleja y bella. Para mi una ilusión, un deseo, un sueño, un hecho... en realidad todo. Te amo María Teresa Valdés Silva.


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