Es
creciente su deseo, seguro y profundo, tanto que su propio cuerpo pierde
simples momentos de control, se torna una masa incorpórea que solo espera el
escape, el momento preciso de abrazar el aire que rodea sus sueños.
Era un fantasma, no una difuminada
forma, sino algo que no podría describir.
Gritaba,
gemía, sufría. Una soledad loca atormentaba su eternidad, amarrando esa
existencia invisible e inexistente a una tragedia o dos sin par.
Había
ya vivido su tiempo. Desterrado, exiliado, alejado y maldito, tan solo era su
aliento el que le permitía incorporar cierta capacidad de presencia en este
mundo nuestro.
Vagante
un día, uno más, espejismos crueles de una condena sin juicio, paseaba esta
ilusión viva por los contornos de un universo, una de esas tantas dimensiones
que albergan las horas, que sin dar cuenta alguna logró llegar a rastras a un
pequeño oasis, de los que jamás podrás encontrar en los mapas, no por que no
existan, simplemente por que no se dejan ver y para encontrar un lugar perdido hay
tan solo que dejarse ir. Aquel día, lastimero como los demás, la forma volátil
percibió un aroma, mejor que cualquiera, intenso, dulce, profundo, tan perfecto
que se perdió en su sueño y no quería jamás irse de allí, lo disfruto, lo gozo,
saboreo profundas bocanadas por momentos gigantes sin pensar en nada que no
fuese aquel jugoso instante, hasta que de pronto dejo de sentir, de oler, de gustar,
de ser feliz. ¿Qué podía hacer ahora?, no quería vivir sin saber qué o quién
era la fuente de tan adictivo elixir, pues fue entonces que el fantasma sin
forma, prefirió más que vagar y ser infeliz, buscar la vertiente que le entregó
tanto bienestar.
Errante,
equívoco, incierto, sin conocer el rumbo de sus movimientos, que su pasmada
ilusión lo llevó a consumir una vida entera intentando encontrar el origen de
aquella fragancia y estando ya en sus últimos alientos, a punto de quebrarse y
volver a su antiguo yo, que sin aviso previo logró distinguir una pequeña luz,
pequeña pero poderosa, la que vertía en el espacio un espectro de colores tan o
más maravillosos que el de cualquier nebulosa o más tal vez que millones de
arcoíris. La siguió profusamente, sin pensar si quiera donde estaba parado, la
siguió hasta que sus esfuerzos y ese exquisito aroma lo condujeron a una flor,
una pequeña pero hermosa flor, de esas que ya no existen más que en los sueños
de los niños.
Aquel
elogio, único en su tipo si no en más la última de todas, al ver tan
horripilante criatura acercarse a sus tierras no pretendió huida ni nada,
simplemente lo recibió con una sonrisa, tan fulminante que el fantasma,
ensimismado en un desespero inaudito, tomó forma, tomó vida, tomó ilusión y se
convirtió en un hombre, que pasivo, tranquilo y feliz se cobijo en los pétalos
brillantes de aquella hermosa visión.
El
sujeto tras dormir varios siglos abrazado al deleitar que le generaba aquella
preciosa criatura despertó, pero al abrir los ojos ya no era la flor la que lo
cubría, si no el cabello perfecto de una bella princesa. Levanta tu andar y
abraza mi cuerpo, pues en nosotros el cabizbajo mundo ya no es merecido sino
más bien una vida que empieza y que juntos hemos de construir – le dijo, y el
hombre, ya no fantasma, ya no espectro, ya no soledad, tomó en sus brazos a la
bella princesa y se fueron juntos en el lecho de una nube, a vivir sus días y a
hacer crecer su amor.
Eres más que una bella flor, eres el equivalente a un jardín del que emana solo una idea compleja y bella. Para mi una ilusión, un deseo, un sueño, un hecho... en realidad todo. Te amo María Teresa Valdés Silva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario