sábado, 10 de septiembre de 2011

"Historias de niños para gente de hoy"

     Habían días en que el caracol simplemente esperaba pasivo al amparo del buen señor sol, esperaba que las horas pasaran, atragantado en ideas de mundos ausentes, sonriente algunos días, cabizbajo la mayoría del tiempo, pues su pesado caparazón le impedía moverse libremente, pero tampoco quería dejarlo, "me protege" siempre decía, "me cuida, es mi escape, mi huida, mi sencillo escondite, es una carga pesada, pero sin él jamás podría sobrevivir" y así seguía tranquilo esperando.
      Un día, cuando agotado, lentamente intentaba alcanzar un poco de sombra, lentamente veía que el sol hacía bailar aquel refugio impidiéndole acercarse, cuando de pronto una tierna y simpática caracolita, apareció a su lado sonriente, brillaba como el primer rayo del día más claro de primavera, brillaba tanto que su incandescencia emana libre desde su mirada y desde su sonrisa. Se acerco al intranquilo caracol - hola, ¿puedo ayudarte en algo? - le dijo, el caracol algo intrigado y un tanto asustado solo siguió tratando de alcanzar el claro que brindaba el árbol, seguía arrastrándose cansado, tenue, pero aquella caracolita alegre, sin querer interrumpir la procesión del sujeto, simplemente se limito a caminar a su lado. El crustáceo al ver la compañía brindada por la caracolita, se esforzó y se esforzó cada vez más, no por escapar de ella sino por alcanzar la figura de la sombra que ahora, no era un refugio, se había transformado en el objetivo, en la meta, en un pequeño sueño que los uniría de por vida. 
       Pues las historias que son contadas requieren siempre de un fin particular y para el caso de esta pequeña narración, lo importante siempre fue la compañía que desde aquel día la caracolita le entregó voluntariosamente a aquel caracol, quien se transformó instantáneamente en el cómplice perfecto para todas sus aventuras.


Caracoles, tú y solo tú me entiende. Te amo María Teresa Valdés Silva.

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