Miro desde mi lugar
el techo y la cumbre,
intento atravesar el
tiempo con mis dedos húmedos,
la mirada se escapó,
el brillo aquel,
sonriente compañero
de juegos agoniza,
la tortura explícita
de los momentos transitorios sufre risas,
y es así como el aire
cruje en mis entrañas.
Miro hacia arriba,
una tierra que no es mía,
que fluye hacia el idilio
dejando el rastro perdido.
Busco en el lodo, en
el sufriente destino,
en la memoria de
colapsos, en el resueno acabado,
en la esperanza
desecha y el cobijado vientre.
Tomo en los hilos de
la suerte el empleo y unos dados,
cojo en el hilo
funesto de la insatisfacción
la voracidad compleja
de un abrazo,
la opresión la
acometo, la vislumbro,
siempre paciente,
siempre expectante,
tras el retículo intenso
de la esperanza
asomo el alma y la
escondo mil veces,
como si el silbar
limpio del aire,
tragara en sus rectas
y fútiles entrañas
la pertenencia, la
felicidad
y el ámbito más
intrascendente de mis días,
como si el suspiro
ajeno de sus labios;
retomara en el acto
el número mil de mis plegarias,
como si el perfumado
aliento de los sueños
sucumbiera al colapso
etéreo de una muerte irreverente,
tomando mis dedos,
untándolos en sien,
rasgándolos, mordiéndolos,
escupiéndolos
y dejándolos alzados
como una bandera hecha trizas.
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